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Lluvia.
Recuerdo que aquella mañana fría las nubes grises y crueles ametrallaban la tierra con su demasiado fría lluvia, y el sonido que producía sobre la superficie terrestre no podía ser más exasperante, sobre todo porque llevaba días y días cayendo, fluyendo a través de los canalones, recordando que era el fin, el fin del verano.

También recuerdo que mi novia me observaba desde la ventana de enfrente, desde su casa, con el pelo todo revuelto, y con una cara de desánimo evidente. Sus ojos marrones miel, que miraban al suelo, parecían indicar un profundo aburrimiento, unas ganas horribles de que el sol apartara a las feas y oscuras nubes e iluminara aquella sopa de tierra y hierba; que la secara y que nunca más volviera a mojarse. Desde el suelo, sus ojos pasaron al cielo, como rogándole que esto sucediera, pero como nuestra estrella no hacía acto de presencia, sus ojos se reflejaron en los míos. Levantó los hombros con un gesto de resignación y se dio la vuelta, todo ello para dejarse caer en una cama que, desde mi posición, no alcanzaba a vislumbrar.

¿Por qué le daba tanto miedo la lluvia? Nunca la había visto bajo un paraguas un día lluvioso. Nunca nos habíamos agarrado de la mano bajo la nieve o huido de un granizo invernal y repentino. De hecho, nunca salía de casa durante el invierno, y si lo hacía, era un día soleado aleatorio, que aparecía por arte de magia tras una gran tormenta. Ni siquiera iba a clase si había peligro de humedad, y ahí radicaba mi utilidad (la única desde mi punto de vista), como su novio. Cada vez que faltaba a clase, le llevaba mis apuntes y así ella podía estudiar. Así nos conocimos, y así empezamos a salir.

Lástima.

Fue lo que me dije cuando salí por la puerta, ya preparado, para ir a clase.

Cuando me despedí de mis padres y crucé el umbral de la puerta, el atronador ruido de la lluvia casi me deja sordo. Os parecerá exagerado, pero tuve que taparme los oídos, lo que provocó que el paraguas se cayera a mis pies. El ruido penetraba en mis oídos como una taladradora perfora una pared. Ahora solo faltaba colgar el cuadro, que en este caso era la lluvia. Parecerá otra fantasía, pero juro, y perjuro que la lluvia caía con una presión destructora, casi parecía planeado por un Dios de intenciones ponzoñosas, cuya única aspiración era joderme y evitar que fuera a clase.

Cuando me vi con fuerzas, recogí el paraguas del suelo, me enderecé, me coloqué mi mochila bien sujeta a la espalda y salí caminando como siempre.

"Qué ridículo he hecho, si me llega a ver María..." me dije, y entonces me reí de mí mismo. 

Fue la última vez.

Iba pensando, mientras caminaba, que la lluvia ya no hacía tanto ruido. "Estará amainando", pensé. Comprobé con la mano la fuerza del agua que caía del cielo, extendiéndola hacia el frente.

Nada más lejos de amainar, de hecho, caía con la misma intensidad,  y estaba empezando a cargar con más fuerza. Sin embargo, cada vez se estaba oyendo menos. "Me estaré acostumbrando al sonido, al fin y al cabo, lleva más de tres días lloviendo de esta manera, y no se acaba", me dije, no demasiado convencido. 

Entonces lo noté. Algo me oprimía el pecho, era como si estuvieran dándome puñetazos en el esternón, pero de forma tan continua que pareciera que el puño no abandonaba mi pecho para volver a arremeter contra él. Era tan opresivo que mis pulmones retrocedían en la batalla, y conforme el aire se agotaba en ellos, también cedía la energía de mis piernas. Me encontré de rodillas; luego, en posición fetal. Y se me agotaba el aire. La lluvia caía muy fuerte, demasiado. Era... ¿cómo describirlo? Sobrenatural. Me caía en el costillar, casí parecía granizo. Y con mis costillas ya rotas, me empezaron a parecer balas de ametralladora. 

Mi caja torácica se deshacía, hundiéndome en la lluvia fría que se arremolinaba a mi alrededor en torbellinos pequeños y oscuros, que parecían guiñarle a mi opresor para vestirse con un nuevo traje rojo, el color de mi sangre, que se escapaba en aquel momento de mi boca.

Los puñetazos en el esternón se sucedían (ahora serían patadas de aquella entidad que parecía inexistente), mientras que el tiroteo en mis costillas se prolongaba hacia el infinito, mientras mi sangre seguía fluyendo y el charco donde me estaba internando me llegaba hasta la nariz, y aumentando. 

Mientras se me oscurecían los ojos, me pregunté qué estaba pasando. Me sentía acorralado. Y luego, apareció ante mí. Era una cosa horrenda, de color blanco lechoso y ojos negros en su totalidad, que parecían emanar lluvia, fría y gris. Sin pelo, de cinco brazos y más de veinte piernas que golpeaban mi pecho, una por una, indiscriminadamente, este ser no tenía boca; no hasta que le miré, moribundo, cuando ya casi no había luz en mis ojos. Me sonrió de una manera macabra, reía viendo mi sangre en el charco, viéndome morir. Me quería muerto, y lo más ridículo es que no sabía porqué.

Cuando empecé a ver un túnel oscuro, oí una voz muy familiar que le gritaba al monstruoso ser. Antes de sumergirme en el túnel del que más de una vez he oído hablar en los programas de prensa amarilla que pasan por la tele, mi pecho dejó de ser oprimido y mis costillas dejaron de ser acribilladas por la lluvia, ahora inexistente. Lo último que sentí antes de desmayarme fue un picotazo horrible a la altura de la yugular.

                                        ***

Desperté en el hospital, con vendas desde el cuello hasta el ombligo, con una persona que estaba a mi lado, y hacia la cual intenté girarme, pero ella no me dejó. Sí, era María, mi novia. Me dijo que no la mirara, que antes necesitaba saber algo. No comprendía por qué pero decidí darme la vuelta hacia el lado opuesto a ella.

Aquella era su madre. 

Sí, la madre de María quería matarme.

Y lo que es peor, María comparte su divino poder.

Por eso ella jamás salía a la lluvia, porque sino se hubiera transformado y hubiera usado la lluvia para convertirme... porque ese es el glorioso poder de su familia. No podía hacerlo ella misma, porque eso es cosa de machos.

María me dice que ahora somos hermanos, y que podemos vernos las caras, totalmente blancas y de ojos negros, y sin un solo pelo en la cabeza. Bellos.

Antes de la picadura, lo único que veía de ella era un disfraz, una ilusión creada por ella. Pero ella me quería. Me quiere. 

También me dice que hay muchos de los nuestros disfrazados de horribles humanos; amorfos y asquerosos humanos. 

Me ha hablado de nuestra casa, la nube gris, que está encima de este pueblo de humanos horribles, y que despierta nuestros auténticos cuerpos con una lluvia especial.

Le he sugerido que nos subamos a ella, que huyamos juntos. Pero me dice que no, que debe quedarse y engendrar un niño conmigo.

También me dice que los machos somos ingeridos por los bebés, si son machos, cuando nacen. Pero no importa. Sólo quiero estar con ella.




Escrito por Eloy, creador de este website.
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